El eslabón más débil de la cadena editorial

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El eslabón más débil de la cadena editorial

Llegué al mundo de los libros en 2010, como corrector de estilo. Me prometieron profesionalizarme para conseguir trabajo en editoriales comerciales o académicas, primero de manera freelance y luego tal vez algo fijo. Desde ese momento me interesó ser freelance y comencé a hacer todo para trabajar de ese modo al cien por ciento algún día. Lo conseguí varios años después, trabajando para Grupo Planeta y el Fondo de Cultura Económica. Sin embargo, las clases en la maestría y la dificultad para sobrevivir como freelance me hicieron pensar en la mala situación de los colaboradores externos.

El medio editorial es vertiginoso, así que las lecturas siempre son a contrarreloj, con tarifas por destajo pero grandes exigencias en cuanto a calidad, y los pagos siempre se realizan meses después. Creo que tengo un panorama completo de lo que sucede en el mundo de los libros, así que en esos años entendía que las editoriales pagaran poco por las lecturas que hacía. Yo era el eslabón más débil. Claro, las editoriales tienen que invertir en impresión, pagar por las obras, pagar a tantos empleados. Pero, aunque lo entendiera, no quise quedarme ahí.

Formé una editorial para distribuir mejor los porcentajes y he batallado desde entonces igual que tantas otras editoriales. Los gastos son inmensos: para imprimir, para pagar a colaboradores, para dar regalías, para enviar los libros, para hacer publicidad. ¿Será entonces que el eslabón más débil no era la corrección de estilo? Como editorial tenemos que hacer malabares para vender y eso sólo para alcanzar a pagar todos los compromisos que se tienen, ya no hablemos de ganancias. Yo pensaba que el éxito estaría detrás del escritorio, pero sólo hay más y más trabajo.

Todo lo que se invierte en una editorial se reparte, después, entre muchas personas. Pero si hay alguien que parece acaparar las ganancias es la librería. Como regalo por obtener el premio al Libro del Año, nos buscó Gandhi para distribuirnos, pero a cambio del 50% del precio de nuestros libros. Lo normal es que las librerías pidan 40%, y hemos conseguido que «nos acepten» incluso el 20%. Muchas gracias. Nosotros pagamos los envíos, los libros se quedan a consignación y nos pagan varios meses después sólo el 60-80% de lo que se vende. Entonces pagamos por traer de vuelta lo que no se vendió.

No era nada que no supiera, pero a veces uno es inocente y cree que puede hacer las cosas de otra manera. Entonces lo mejor sería abrir una librería, ¿no? Dedicarse sólo a vender los libros de otras editoriales, sin invertir, ganando de 20 a 50% de los libros. No hay otro negocio que reciba productos sin invertir y ganando un porcentaje tan alto. Pues bueno, tiempo después abrimos una librería y nos enfrentamos a la realidad de un país no lector. La mayoría de las librerías estuvieron a punto de desaparecer en la pandemia porque el gobierno decidió que sus actividades no eran esenciales.

A la escasa cantidad de lectores se suma la excesiva oferta de títulos, el acaparamiento de las grandes cadenas, las dificultades del comercio electrónico y, principalmente, los problemas de envío, siempre caro y tardado. Los lectores apenas compran y siempre buscan los mejores descuentos y con envío gratis. Los libros se venden a cuentagotas y la ganancia se esfuma muchas veces con los gastos de embalaje o envío. Ahora nos preguntamos si hay un eslabón más débil en la cadena del libro.

Desde cada lado se intentan estirar los porcentajes y se defiende el trabajo propio. Pero todavía no entendemos qué implica pretender vivir del medio editorial en el tercer mundo. La cadena editorial completa es muy débil, y sobrevive en una industria aún más débil, en un país a punto de quebrar. Pero somos muy optimistas y seguimos (y seguiremos siempre) publicando libros, haciéndolos llegar a los lectores, aunque se nos vaya la vida en ello.